Aquel acrónimo maldito llevaba tiempo planeando sobre las naves, ensombreciendo la vida de la fábrica bajo su peso terrible. Llegaba, decían, el E.R.E.
A la hora del almuerzo se desataban cada día las cábalas y los rumores.
-Sobramos seis, sobramos siete, ocho, nueve, diez….
Matías conocía a muchos a los que las traicioneras siglas habían barrido del panorama laboral, vomitándolos en las oscuras listas del paro, pero nunca creyó que este nuevo mal le llegara a afectar a él también. La tensión en la factoría era insoportable, por eso a nadie le extrañó que un obrero de los más veteranos apareciera un día aplastado bajo la prensa hidráulica. El pavoroso accidente, lejos de concitar en las mentes de los trabajadores repulsión y horror, sólo fue capaz de inculcar en ellos un único pensamiento: ahora ya sobramos menos.
A la semana siguiente, otro operario apareció muerto en las letrinas y uno más colgado del cuello de las tuberías de ventilación. Ya nadie tuvo duda de que aquello parecía una especie de exterminio dirigido, pero ¿quién podía estar ejecutando semejante barbarie? Parecía claro que los propietarios de la empresa no necesitaban acudir a tan drásticas medidas, toda vez que la ley les apoyaba y les permitiría deshacerse de cuantos obreros quisieran, al amparo del expediente de regulación que ya había sido aprobado.
Así que alguno de aquellos hombretones de manos encallecidas que trabajaban hombro con hombro estaba liquidando a sus propios compañeros como medio de salvaguardar su propio puesto. Se abrió una investigación, se hurgó en las miserables vidas de los operarios, pero nada se pudo aclarar. Al poco tiempo, Matías contempló sobrecogido cómo su propio nombre figuraba en la lista de los “regulados”.
Aquella noche no pudo dormir. Tendido en el jergón miserable que le servía de lecho en el cuchitril donde malvivía, planeaba, escogía, preparaba….
Tal vez Samuel, el de la cadena de reciclaje… Era solterón, eremita, introvertido… poca gente le echaría de menos.